Cuento Corto colaborativo por: Antonio Mola y MABM
Transcurría tranquilamente el último año del segundo decenio del siglo XXI, cuando detonó la alarma epidemiológica en una de las ciudades de China. Un nuevo virus, identificadio como CORONA VIRUS, había iniciado un explosivo y letal ataque contra la población de la ciudad y el que rápidamente se expandió por todo el imperio del Dragón Rojo, enfermando a millares de personas y matando a centenares.
Prontamente el Corona Virus se expandió por el mundo creando una crisis sanitaria llegándose a declarársele a la enfermedad como pandemia mundial lo que obligó a los gobiernos a tomar medidas extremas para la protección ciudadana.
A todo esto, yo me encontraba disfrutando alegremente de vacaciones en un crucero. De pronto el Capitán del barco nos anuncia los acontecimientos, que algunos pasajeros habían dado positivo al virus (contagiados en una de las escalas) y que siguiendo las instrucciones y protocolos de la OMS el barco debío ser puesto en cuarentena y por consiguiente todos los pasajeros deberían estar confinados a su camarotes sin poder salir hasta el fin de la cuarentena.
Afortunadamente, mi camarote tenía un pequeño balcón desde donde podía contemplar la magestuosidad del mar durante el día y el amplio cielo estrellado en la noche. Fue así que conocí a mi vecina, la que también consolaba su tristeza contemplando el ancho mar y el horizonte.
Hola, le dije. Hola, me respondió con una amplia sonrisa. Al menos nuestra cárcel es encantadora y nos permite charlar y compartir sonrisas, lo que hace menos pesado el encierro, le comente.
Me llamo Antobella me respondió, siempre con su sonrisa hermosa. Oh, disculpa, por no haberme presentado. Soy Tonino, un placer. Así estuvimos charlando unas horas y luego nos despedimos, retirándonos cada uno a su lujosa celda.
Esa noche no dejé de pensar en la bella vecina con sus ojos verdes amielados, su cabello con su peinado “happyhair” y su encantadora sonrisa, hasta que Morfeo abatió sus alas y me envolvió en un agradable sueńo.
A la siguiente mañana, al salir al balcón, allí estaba ella, ensimismada en sus pensamientos. Buenos días Antobella le dije. Buenos días me respondió con su atrayente mirada y hermosa sonrisa. Ya desayunaste? No le respondí. Es una lástima no poder tomar el desayuno juntos. Quizás debas ser más arriesgado me contestó. Cómo, le dije. Tu sabrás, me respondió.
Me quedé pensando toda la mañana y a eso de las 3:35 de la tarde me dije: el que no arriesga no gana y decidí buscar la forma de cruzar a su habitación. Los pasillos estaban vigilados, así que la única forma tenía que ser vía el balcón. Salí al balcón, la llamé y le dije que haría. Con su suave voz me dijo: te espero.
Esperé que el sol ameinara. Salí al balcón, ajusté la puerta de mi camarote para evitar incidencias posteriores y me decidí cruzar a su balcón aprovechando que el barco estaba anclado en alta mar y el mar calmado… lo hice. Cómo fue? No sé.
Fue por ella y por mí. Nos necesitabamos el uno al otro. Solos, en un barco en alta mar, prisioneros de un destino que nos unió y sedientos de compañía. Así estuvimos no se cuántos días gracias a la “bendita” cuarentena. Nos amamos intensa y apasionadamente. Sintiendo el invierno de nuestros cuerpos derritiéndose con el calor de nuestra piel.
Un día, al iniciar la tarde, se escuchó la voz del Capitán anunciando el final de la cuarentena después de veinte días, el atraco al puerto en la mañana y el fin del crucero.
Esa noche se nos hizo corta. Nos amamos como si el virus nos hubiese invadido y que se nos acababa el tiempo juntos. Dormimos abrazados para no perder un instante el sentimiento del calor de nuestros cuerpos y su sensación de protección.
A las 10:00 de la mañana se inició el desembarco. Antobella y yo bajamos del barco tomados de la mano.
Una vez abajo, retiramos nuestros equipajes y caminamos hacia la la salida del muelle.
Casi llegando a la salida ella me soltó la mano con un nerviosismo inusual y caminó hacia un hombre que le hacía señas y yo la seguí. Ella se juntó con él, se abrazaron y se dieron un apasionado beso ante mi atónita mirada.
Tonino, me dijo, te presento a Henrique Thomas. Es el editor en jefe de mi revista… y mi prometido.
Sorprendido, solo alcanze a decir estendiéndole la mano: Tonino Pontichelli, un placer.
Antobella, con su suave voz, continuo diciendo: él es quien me ayudó a lograr mis notas para mi artículo. Él me agradeció por la ayuda que le había dado su prometida para su artículo sobre “Turismo en Crucero”.
Yo me despedí, tomé un taxi y partí a casa con una sensación de frustración y sintiédome que había sido manipulado por esa hermosa mujer. No la volví a ver.
Unos dos años despues, llegando a la oficina, me llamó la atención en el kiosco de la esquina, el ejemplar de la revista TURISMO NUEVO. Allí estaba ella, Antobella, cubriendo toda la portada. Se veía preciosa y radiante con su traje de novia junto a, Henrique, su esposo.
Bella me dijo el dueño del kiosco. Sí, le dije, como su nombre. Pagué y seguí mi camino a la oficina. Al llegar, saludé a la recepcionista, busqué un café y me dirigí a mi despacho.
Ya en el, revisé la revista y las fotos de la boda. La solté unos minutos después y murmurando en voz baja me dije: “Antobella, mi amor en los tiempos del Corona Virus. Un amor de crucero. Vienen y se van, pero se quedan”.
Encendí el computador e inicié mi día de trabajo. Mi extraño y atípico día de trabajo, por cierto.
Era como si aquel duro golpe de perder al amor de mi vida, me hubiera sacado a las malas de mi ensoñación con nombre de mujer. Durante aquellos dos últimos años estuve como dormido, soñando con ella, como en las nubes pero sin encontrar nunca el camino de vuelta.
Pero hoy todo es diferente. Hoy por fin he abierto los ojos. A mi alrededor todo es un caos. “Quizás me haya vuelto loco”, pensé: extrañas lucecitas inexistentes para el resto me hacen daño en los ojos; ensordecedores y dolorosos pitidos me taladran los oídos; pasos, pausados al principio, apresurados después, se mueven por mi alrededor… Y de repente siento como alguien tira fuertemente de mí.
Abro los ojos y me encuentro intubado hasta las trancas en una habitación de hospital. Supuse que me habría dado un infarto, tanto estrés no podía ser bueno. Tardé unos días en recuperarme y volver a ser yo. Y cuando los médicos estimaron que estaba preparado para ello me explicaron qué hacia allí: dos años atrás, estando de vacaciones en un crucero, me caí desde una altura considerable al intentarcruzar de un balcón a otro y, desde entonces, había permanecido en coma.
👏👏👏😊😘
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Espectacular relato…
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Muchas gracias 😊
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Gracias.
La verdad ue escribir con MABM es un placer. No es fácil, pero enlazamos ideas bastante bien.
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😊😊😊
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